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jueves, marzo 28, 2024
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Estamos perdiendo el nosotros

La vida del ser humano se apoya en construcciones que se van superponiendo generación tras generación y que la hace resistente al paso del tiempo, pero esa línea que aporta perennidad está desapareciendo.

La conciencia humana es diferente en los demás seres vivos, o al menos eso es lo que creemos, la ciencia no penetra ninguna otra conciencia que no sea la del hombre, con lo cual presupone que no existe otra conciencia, alcanza solo sus bordes, advierte sus límites, pero no penetra más allá.

Esa conciencia lineal se va construyendo con los recuerdos, con los aprendizajes, con los relatos que van dando forma a la historia individual y colectiva que se arraiga en un sentimiento de perennidad del mortal ser humano.

Las creencias, los rituales que se transmiten, dan algo así como la argamasa a la línea del tiempo. Todos venimos de un lugar conocido y vamos a otro indeterminado, solo ese bagaje que nos constituye ensordece la conciencia de muerte.

A pesar de saber de su finitud, el hombre se sostiene desde lo colectivo en la perennidad supuesta de su especie. El relato que nos vincula, las creencias que nos cobijan, los ritos que recibimos y transmitimos nos dan sentido y orientación. El pertenecer nos vincula, nos socializa, hay otro a considerar.

Todo eso se está quebrando.

La digitalización y la informatización del mundo, el tiempo real, el aquí y ahora de la comunicación en redes sociales, la inmediatez de los resultados, la accesibilidad, toda esa revolución tecnológica ha convertido la vida en un vértigo.

Una sucesión ininterrumpida que todo el tiempo busca y encuentra, busca y encuentra. Estamos muy bien informados, pero pésimamente mal formados.

La adicción a lo rápido, a lo corto, quitó significado al arte, a la literatura. Quitó significado a la pausa, esencial para aprehender, para reflexionar, para otear el horizonte, para entender la naturaleza.

Somos pobres en el plano simbólico y esa percepción simbólica es la que aporta el sentido de continuidad, el eje cuyo significado todos reconocen porque se mantiene en el tiempo.

Internet entrenó la percepción serial, es decir, datos e informaciones, rápidas y sucesivas, es el plano opuesto a lo simbólico.

Dos maneras distintas que entrenan al hombre, la primera en el corto plazo, el yo, la respuesta rápida. La simbólica habilita el nosotros, la cohesión, el hilo conductor que reconocemos todos por igual.

Creo que una de las razones de la extinción de los partidos políticos tal como los conocimos tiene que ver con la ruptura de los símbolos comunes.

Los personajes disruptivos como Milei encantan tribus que se reconocen en esa libertad sin bordes, sin obligaciones sociales, la puesta en escena de la agresión empatiza con el enojo y la insatisfacción que anida en cada uno.

La inmediatez arrasa con la historia. Hoy gran parte de las nuevas generaciones se mueve en un mundo donde el pertenecer ha cobrado otro sentido, el pertenecer ya no significa compartir y rechazan cualquier cosa que cercene su libertad porque entienden la libertad como algo que los libera del compromiso social, político e incluso emocional. Las formas de las relaciones han cambiado, todo es momentáneo, efímero.

Uno de los pocos rastros de pertenencia se encuentra todavía en el fútbol, no se me ocurre dónde más.

Esa irrupción disruptiva es agresiva porque de alguna manera es anónima, las redes sociales rompieron ese contrato de buen trato y respeto, todo está habilitado, se usa el lenguaje sin estructura, sin regla y, obviamente, sin consideración por el otro.

En medio de este mundo de inmediatez y sin amarres surgen todo tipo de personajes destinados a encantar tribus.

Creo que todo esto nuevo tiene consecuencias en las formas de representación, en los gobiernos, en los medios de comunicación, en la política, en la educación, en toda nuestra vida. El punto es cómo adaptarse sin perder los ejes esenciales que dan sustentabilidad a las sociedades, que dan el anclaje a la evolución del hombre.

Hoy parece que la carrera es por alargar la vida, cuando en realidad vivimos para sobrevivir, aunque rápido, con más consumo, más rendimiento, todo más y más rápido, más aislados, más disociados, menos reflexivos, menos tolerantes, menos amorosos, menos respetuosos y empáticos.

Aislados en la era de la conectividad. ¡Buena suerte en la nueva adaptación!

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