19.8 C
Paraná
viernes, abril 19, 2024
HomeÀgoraLos nuevos viejos desafíos del periodismo

Los nuevos viejos desafíos del periodismo

Por Juan Bracco, Periodista

Automatizar los procesos de la intervención humana es una quimera. La IA no cumple ese requisito. Y menos en la comunicación. Su función es la de reducir la intervención humana a pocas manos, a esquemas concentrados que actúan a través de algoritmos presentados como fórmulas matemáticas inocuas y que no son más que la cristalización del direccionamientos de sus intereses económicos, políticos y sociales.
Por eso hablamos de tecnología y no de simple técnica. El desarrollo de herramientas mecánicas, electrónicas y de dispositivos informáticos es encauzado por un logos, un ordenamiento particular en función de determinados principios y destinado a atender ciertos fines.

Correr al periodismo del circuito comunicativo es algo de lo que se habla desde que el crecimiento exponencial de los medios tecnológicos hizo perder de vista que el continente sin contenido es nada.
En un rápido repaso, se pueden mencionar desde experiencias humorísticas como las de la serie Max Headroom de los ’80 hasta elucubraciones conspiracionistas como las del fin del periodismo de los ’90, sustentadas en el desarrollo y generalización de las computadoras 486, un artefacto tan vetusto como la conceptualización a la que dio pie.

Las redes sociales y el esquema de difusión de contenidos en función de los intereses previos de los usuarios (determinado por un algoritmo fluctuante del que todos hablan pero al que pocos conocen, como si fuera una deidad misteriosa) ha fortalecido el concepto de verdad fundado en las creencias previas. Tomamos algo por cierto no porque lo sea, sino porque existe predisposición a que así sea. Y porque «todos» en el microuniverso de nuestros contactos lo ratifican.

No es algo nuevo. La sociedad francesa antisemita estaba predispuesta a creer en la culpabilidad del capitán Dreyfus no por los elementos (inexistentes) que sustentaran la acusación de espionaje, sino porque era judío. Contra esa ignominia se alzó Émile Zola con su “Yo acuso”. Las redes no crearon las noticias falsas o fakes news. Pero las multiplicaron en escala geométrica en llegada y capacidad de daño.

Ayer como hoy, personajes de los medios se paran sobre estas miserias humanas para abusar de las pasiones, resentimientos y frustraciones de parte de la sociedad para canalizarlo hacia un «chivo expiatorio» cuya destrucción acabe con todas las culpas y restaure un supuesto orden previo armónico.

El fallecido editor de Clarín, Julio Blanck, lo resumió con claridad: “Hicimos periodismos de guerra”.

Como la flor de loto, en este terreno farragoso crece también la belleza y la esperanza. Los medios de comunicación locales, cercanos a los problemas y particularidades de cada comunidad, cumplen el rol de inocular el discurso del odio y de reenfocar la agenda sobre los asuntos de interés concreto. El periodismo profesional, ejercido por personas de carne y hueso, es la única garantía de empatía con el dolor ajeno y las esperanzas del otro, el que es capaz de alertar sobre el riesgo de autodestrucción de la humanidad más allá de las conveniencias puntuales y es lo que transforma muchas veces un caso rutinario en un acontecimiento trascendente que altera las políticas públicas o su aplicación.

Ese es nuestro compromiso con la verdad.

NOTICIAS RELACIONADAS