16.4 C
Paraná
jueves, abril 18, 2024
HomeÀgoraUn joven L-Gante en los 8 escalones del Dante

Un joven L-Gante en los 8 escalones del Dante

Por Claudio Gómez. Periodista

L-Gante responde al poder con la misma ternura y displicencia con la que se le responde a un chico demasiado ansioso. Mira el poder y se ríe, porque está seguro de que no tiene demasiado que aportar y también porque sus ideas no son políticas, remiten al orden de lo social. Entonces, le muestra al poder lo mejor de sí, que es un tipo macanudo, que al fin y al cabo comprende, con fingida ingenuidad, sus módicos propósitos.

El pibe soñó una vida simple. Nadie lo tenía demasiado en cuenta a no ser su madre, su novia y un puñado de amigos. Después llegó la computadora y con la tecnología extendió los lazos hacia otras almas. Tenía una virtud. Componía y cantaba trap. Pocos saben de qué va eso, pero, los que saben, lo valoran bien.

Y por ahí andaba, por los suburbios de la cultura dominante, que gusta más de los tatuajes fashion que de los tumberos. Andaba ahí, en su barrio y por magia de las redes sociales se hizo conocido. Pero él, L-Gante, es un tipo simple y quiere una vida simple. En el fondo esa es su aspiración: que lo dejen tranquilo con su música.

Para L-Gante la vida es eso que alguna vez sintetizó tan correctamente Lorenzo Miguel al hablar del peronismo. “El Peronismo -dijo el Intocable- es comer los ravioles los domingos con la vieja”. Es que la madre y la paz bíblica de los domingos representan esa pausa que solo las conciencias tranquilas y lejanas a las especulaciones de circo pueden aprovechar. Y si hay sol, mejor.

De pronto, L-Gante está sumido en un torbellino de audiencias, tiene pretendientes de derecha y de izquierda. El pibe sabe que esos que ahora lo buscan y lo adulan, mañana pueden sentirse despechados y el poder del poder es demasiado vengativo como para no dedicarle unos minutos. Esta gente conoce a la perfección la potencia de la revancha ante un tropezón que pueden convertir de un plumazo en una estrepitosa, ejemplar y letal caída.

Y L-Gante no quiere caer. Está en el octavo escalón del Dante, allí, donde se precipitan los errores, con preguntas capciosas, interesadas, que lo pueden inclinar al resbalón mortal. Otros de su tipo, otros que también crecieron arrumbados, saben bien de qué se trata el asunto. Nada peor para un personaje público que un tropiezo en la vida privada. Y será justicia. Porque L-Gante -y el bien que conoce el juego- ha visto de frente la decadencia de una generación olvidada. Precisamente, él es el “caso raro” de esa evidencia. Y ahora, el poder quiere universalizarlo, por un tiempo, al menos.

Pero el octavo escalón es el más alto y desde allí las caídas son más fuertes. Asomarse al precipicio es tan sencillo que dan ganas de tirarse para terminar con la sensación de vértigo, piensa L-Gante, mientras el poder lo acecha desde las alturas como una enorme ave carroñera.

Él canta su abecedario con vos rasposa y ejecutiva. Ha hecho por la Educación en dos minutos más que muchos gobiernos y medios de comunicación en años. Hay en el escenario una madre agradecida por la dispensa alfabética de L-Gante y hay unos cuantos productores que saben aprovechar la virtud, para estrangularla hasta que la voz pierda el último aliento. Al fin y al cabo, el alfabeto es un invento europeo y L-Gante nunca fue europeo.

NOTICIAS RELACIONADAS