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Apostar a la industria para generar trabajo y desarrollo

Por Rogelio Frigerio, Diputado Nacional por Entre Ríos

Un operario enciende una máquina procesadora en una fábrica. Un desarrollador de software cierra un contrato con un cliente para ofrecer sus servicios. Un director general negocia una exportación a un país extranjero. Una localidad resurge a partir de la instalación de un polo productivo. Una familia recibe un producto en su mesa. Esa diversidad y esa fuerza inigualable es lo que representa la industria argentina. Son miles de familias, son pueblos y ciudades de todo el país que se sostienen a partir de su actividad. Y somos millones de argentinos que día a día podemos abastecernos, trabajar, disfrutar o estudiar gracias a su esfuerzo.

Sin embargo, hoy es un sector que funciona con el freno de mano puesto.

Todas las semanas visito una industria y el comentario es el mismo: por la carga impositiva, los costos laborales y la falta de previsibilidad, se hace imposible invertir. Para ilustrarlo y tomar dimensión de este problema: en Argentina los impuestos que recaen sobre las empresas representan un 106,3% de sus ganancias. En España este porcentaje apenas supera el 45% y en Uruguay es alrededor del 40%. Y si ponemos el foco en los costos laborales, Argentina es el país de la región en el que más se paga por contratar empleados. Si a esto se le suma una brecha cambiaria por encima del 100% que dificulta importar insumos, un riesgo país por encima de los 2 mil puntos que imposibilita el financiamiento -el acceso al crédito en Argentina es el 8% sobre el PBI, en Brasil el 70 y en Chile casi 100- es esperable que en 10 años no haya crecido el empleo privado.

Si miramos la provincia de Entre Ríos, el panorama es aún más desolador: con toda la riqueza y el potencial que tenemos los entrerrianos, en el ámbito privado trabajan 127.000 personas, mientras que en el sector público son más de 170.000. Cada mil habitantes hay sólo 92 asalariados registrados privados. Es una de las provincias con mayor potencial productivo de la Argentina, pero el costo de la energía es el tercero más alto de todo el país y la presión impositiva también es récord.

Estos datos duelen, pero tenemos que entender que son apenas el síntoma. El problema de fondo que nos limita profundamente a los argentinos es un Estado que no funciona. El gasto público creciente -se ha más que duplicado en las últimas décadas- presiona a un aumento permanente de los impuestos. Y, en esta encrucijada, el círculo vicioso que impide nuestro desarrollo se retroalimenta: no hay incentivos a la inversión, no se genera trabajo genuino en el sector privado, el Estado crea más empleo público y, para financiarlo, se ahoga a la gente con más y más impuestos.

¿Cómo logramos revertir este proceso? En primer lugar, con tres elementos básicos: sentido común, institucionalidad y decencia. Tres elementos esenciales con los que, si queremos, podemos cambiar nuestro futuro.

El sentido común es indispensable para avanzar de manera firme cuidando el bienestar de todos. Sin sentido común no hay claridad para definir un rumbo ni para tomar decisiones acertadas. Sin decencia no hay posibilidad de generar confianza. Y sin institucionalidad, la incertidumbre sólo logra expulsar a los que quieren crecer. Son precisamente estos tres elementos los que menos se ven en la actualidad. Mientras las pyme piden reglas claras y estabilidad, el gobierno nacional pretende correr el foco haciéndonos discutir sobre causas judiciales de funcionarios que se deberían dirimir en el ámbito exclusivo de la justicia.

En primer lugar, hay que generar previsibilidad y reglas claras, con un tipo de cambio estable que permita a los emprendedores planificar a largo plazo y con la firme decisión de avanzar hacia el equilibrio fiscal. En ese sentido, la política tiene que ser la primera en dar el ejemplo, terminando con sus privilegios y reduciendo todos los gastos que no son indispensables y que se mantienen desde hace tantos años.

Cuando hablamos de las reglas de juego, fundamentalmente hablamos de la carga impositiva que expulsa a quienes quieren apostar por el país. Emprender no puede ser un deporte de alto riesgo. Como tampoco puede serlo contratar gente. Hoy generar trabajo, a causa de los costos laborales y normas laborales, se ha vuelto una fuente de dificultades que muchos prefieren evitar. Y ninguna industria sobrevive sin trabajadores. Para revertir este escenario, el camino es el diálogo entre el Estado, los representantes de los trabajadores y los empresarios para pensar juntos las normas que alienten a generar empleo de calidad.

Si hablamos de riesgos, no podemos dejar de mencionar la seguridad. Un industrial no puede trabajar con las persianas bajas o resignar sus pocas ganancias para invertir en seguridad privada. Necesitamos planificación, firmeza contra los delincuentes e inteligencia para combatir a las mafias y el narcotráfico.

Por último, la base del desarrollo es la educación. Un país con solo 16 de cada 100 jóvenes terminando el secundario a tiempo es un país que no avanza. Lo veo en Entre Ríos que, a pesar de ser la tierra de Justo José de Urquiza – junto con Sarmiento, uno de los grandes impulsores de la educación pública- hoy es una provincia donde el 50% de los jóvenes no termina el secundario. Hay que fomentar una educación orientada al trabajo, recuperar el valor de las escuelas técnicas y, por supuesto, formar en idiomas, en robótica, en programación y en educación financiera, hoy habilidades fundamentales.

Por otro lado, debemos hacer las obras de infraestructura necesarias para que los productores puedan bajar los costos logísticos y ser más competitivos.

Necesitamos invertir en caminos, en rutas, en puertos, en telecomunicaciones y en la matriz energética. La Argentina tiene debajo de su tierra nada más ni nada menos que la tercera reserva de gas no convencional más importante del mundo.

Confío en que podemos cambiar la historia. Y no confío por una cuestión de optimismo ingenuo. Confío porque veo la capacidad y la energía de los entrerrianos y de todos los argentinos: la veo en los trabajadores que se levantan temprano y, a pesar de los bajos salarios, ponen en marcha la fábrica. En los emprendedores que conservan la cultura del esfuerzo y siguen produciendo aunque los llenen de trabas. En los empresarios que exportan al mundo y siguen apostando por nuestro país aún en un contexto de incertidumbre.

En mis últimas recorridas por mi provincia, todavía no me encontré con ningún entrerriano que me haya dicho que siente que estamos condenados a vivir de esta manera para siempre. Y estoy seguro de que a lo largo y ancho de todo el país existe ese mismo empuje, esa resiliencia y esa capacidad de innovar y de tirar para adelante.

Ya es hora de que los que siguen apostando al país puedan mostrar lo que son capaces de hacer en condiciones más favorables.

Vamos a seguir impulsando más el desarrollo de la industria, que tanto nos benefició y que nos puede permitir dar el salto al futuro. Y vamos a hacerlo porque, en el desarrollo de la industria, no hay otra cosa que el futuro de los argentinos.

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